CAP. XXII - CAVE CANEM.
(CUIDADO CON EL PERRO).
La puerta de la casa consta de dos hojas. Debajo de las hojas está el umbral, en el que está escrito “salve” (hola). La puerta tiene dos goznes, en los que se puede girar; cuando la hoja se gira en los goznes, la puerta se abre y se cierra. El esclavo cuyo oficio es abrir y cerrar las hojas y custodiar la casa del señor, es llamado ostiario o portero.
Si alguien quiere entrar a la casa, llama a la puerta y fuera de la puerta espera, mientras el portero abre la puerta y le deja pasar a la casa. El portero se sienta entre la puerta con su perro, que es casi tan feroz como un lobo; de este modo es necesario atarlo con cadena. Antes el amo severo no solo ataba con cadenas a los perros, sino también a los porteros.
La cadena que ata al perro está hecha de hierro. La cadena consta de muchos anillos de hierro que se enganchan entre ellos. Los anillos que adornan los dedos no están hechos de hierro, sino de oro. El oro es de gran precio como las gemas. Un anillo de oro es mucho más bonito que un anillo de hierro.
La puerta está hecha de madera como las tablas. La madera es un material duro, pero menos duro que el hierro. Quien hace cosas de hierro y madera es llamado herrero. El dios de los herreross es Vulcano.
La puerta está cerrada. El portero, que cerró la puerta después de que Marco entrase, ¡se duerme rápidamente! Dormido el portero, el perro despierto custodia la puerta. Fuera de la puerta está el cartero (así es llamado el esclavo que lleva las cartas, pues antiguamente las cartas se escribían en tablas). Él llama con su bastón de madera en la puerta y grita: “¡Oye, abre esta puerta! ¿Ahora quién está aquí? ¿Ahora quién abre la puerta? ¡Oye, tú, portero! ¿Por qué no abres? ¿Estás dormido?”
El perro ladra y despierta al portero de su sueño.
El cartero vuelve a llamar a la puerta gritando a voces: “¡Oye, portero! ¿Por qué no me dejas entrar? ¿Piensas que soy un enemigo? Yo no quiero luchar contra la casa con enemigos, ni quiero pedir dinero”.
Después se levanta el portero. “¿Quién llama a nuestras puertas?” dice.
El cartero, fuera de la puerta: “yo llamo”.
Portero, dentro de la puerta: ¿Quién es “yo”? ¿Cuál es tu nombre? ¿De dónde vienes? ¿Qué quieres y qué quieres?
Cartero: Preguntas muchas cosas. ¡Déjame entrar! Después responderé a todo.
Portero: ¡Responde primero! Después te dejaré entrar.
Cartero: Mi nombre no es fácil de decir: me llamo Tlepolemo.
Portero: ¿Qué dices? ¿”Cleopolimo”? Tu voz es difícil de escuchar, porque está la puerta en medio.
Cartero: Mi nombre es Tlepolemo, como ya he dicho. Vengo de Túsculo. Busco a tu amo.
Portero: Si vienes a saludar al amo, mejor es venir en otro momento, pues es la hora de que mi amo vaya a dormir, después de un corto sueño saldrá a caminar, después irá a lavarse.
Tlepolemo: Si él anda bajo la lluvia, no será necesario ir a lavarse después. Y no vengo a saludarlo, soy el tabelario.
Después el portero abre la puerta y ve a Tlepolemo fuera de la puerta de pie bajo la lluvia. El perro enfadado enseña los dientes y gruñe: “Rrrr” pero en realidad no puede morder al tabelario, pues la cadena lo retiene.
Portero: “¡Ten cuidado! ¡El perro te morderá!” Así advierte el portero al hombre que entra de la ferocidad del perro.
Tlepolemo espera en el umbral y dice “Aguanta al perro, no lo desates. Aunque en realidad no es necesario advertirme sobre el perro, pues en efecto, sé leer”. El cartero entra al umbral y mira al suelo, donde CUIDADO CON EL PERRO está escrito bajo la imagen de un perro feroz. “Ni esta imagen ni el perro me dan miedo” dice, y se acercó hacia el perro.
“Quédate en la puerta” dice el portero, “Nadie puede acercarse al perro, ya te advertí”.
El cartero en realidad, aunque ha sido advertido por el portero, da otro paso y se encara al perro - pero entonces el perro salta y rompe la cadena. El hombre asustado intenta ir hacia la puerta, pero el perro enfadado coge su capa con los dientes y lo sostiene.
“¡Ay, el perro me muerde!”, grita el cartero, que ya no puede volver ni avanzar escucha: el perro gruñe no le deja moverse del sitio.
El portero riendo dice: “¿Qué ocurre? No te quedes parado. Yo te dejaré entrar. Abriré la puerta. ¡Entra en la casa!” Así el portero se ríe del hombre asustado.
“Es más fácil dicho que hecho”, dice el cartero, y da otro paso, pero el perro se pone de pie en sus patas traseras y pone las patas delanteras en su pecho. El cartero, con todo el cuerpo temblando, sale de la puerta: así el perro lo echa de la casa. “Ata al perro”, dice aquel, “este perro feroz no quiere que entre”.
El portero le ve y escucha temblar y dice: ¿Por qué tiemblas? ¿Acaso te asusta el perro?
Tlepolemo: “No pienses que este perro me da miedo. Si tiemblo, no es por el perro feroz, sino que tiemblo por la fría lluvia. Déjame entrar bajo techo, portero - ¡por favor! Sujeta ese perro feroz, ¿por qué lo has soltado?” El cartero piensa que el perro fue soltado por el portero.
El portero coge la cadena con su mano y separa un poco al perro del cartero. Dice “no pienses que solté a mi perro. El perro mismo rompió la cadena. ¡He aquí la cadena rota!”
Tlepolemo: “¿El perro puede romper la cadena de hierro? No me lo creo. Pero sin duda ha podido desgarrar mi ropa: ¿ves mi manto nuevo, que compré recientemente a un gran precio, que fue roto por tu perro?”
Portero: “Ese manto no es muy caro, ni creo que lo hayas comprado recientemente. Pero, ¿por qué vienes? ¿Acaso llevas algo contigo?”
Tlepolemo: “Preguntas estúpidamente, portero, ya te he dicho que soy el cartero. ¿Qué piensas que trae un cartero? ¿Oro para el portero? Actualmente nosotros no llevamos oro”.
Portero: “Vosotros lleváis, sin duda, cartas.
Tlepolemo: “Dices bien. Traigo una carta para Lucio Julio Balbo. ¿Es este el nombre de tu amo?”
Portero: “Es (sí). ¿Por qué no me das esa carta?”
Tlepolemo: “Primero sujeta al perro y permíteme entrar. No me eches fuera bajo la lluvia”.
El portero, después de sujetar al perro, dice: “Yo quiero echarte fuera, sino este perro. No digas que tú has sido empujado fuera por el portero”. Tras atar al perro, el cartero finalmente entra y le muestra la carta al portero, quien inmediatamente coge la carta y se la da a su señor en el atrio.