martes, 7 de febrero de 2017

Latín - Cap. XXIII (Epistula Magistri)

CAP. XXIII - EPISTULA MAGISTRI
(LA CARTA DEL MAESTRO)
Julio, que ha oído al perro ladrar, pregunta al portero que hay en el atrio: ¿quién ha venido?
Portero: “un cartero ha venido desde Túsculo. He aquí la carta que él te ha traído desde allí.” Diciendo esto, el portero entrega la carta a su señor.
Julio: “¿Qué es esto? ¿Quién me ha enviado una carta desde Túsculo?”
Portero: “No lo sé. Tan solo sé que una carta te ha sido enviada desde Túsculo y que te ha sido traída por el cartero”.
Julio: “No es necesario decir lo mismo dos veces. Yo entiendo bien y lo que se ha dicho una sola vez. Márchate de aquí con tu perro”. Así Julio echa al portero.
El señor, mirando la cera, reconoce el sello del maestro, pues hay en efecto una pequeña imagen de él. Y dice: “Ha sido enviada por el maestro Diodoro. No quiero leer esta carta. Seguramente el maestro pide el dinero que le debo. Le debo al maestro el salario de dos meses”.
Emilia: Pero tal vez la carta contenga otras cosas, quién sabe. Tal vez el maestro ha escrito algo sobre marco. Con el sello entero, nadie sabe.
Julio rompe el sello y abre la carta. He aquí las cosas que ha escrito en la carta del maestro.
Diodoro saluda a Julio. “Tu hijo Marco es un alumno vago y malo. Escribe feo y con faltas de ortografía, y lee mal. No puede contar de ninguna manera y jamás responde correctamente cuando le he preguntado. Yo no puedo enseñar nada a tu hijo porque el mismo no quiere aprender nada. Ningún maestro ha enseñado nunca a un discípulo peor.
Adiós.
Yo te escribía en Túsculo, en las Calendas de Junio.
Este día me recuerda del dinero que me debes. ¿Por qué Marco no trajo con él mi sueldo hoy? El salario nunca se me trae en su día. Adiós de nuevo.”
Mientras tanto, Marco, cuyo rostro ha cambiado de color ante el nombre del maestro, observa pálido y tembloroso a su padre mientras lee. ¿Por qué está pálido el niño? Está pálido por el miedo. Quien tiene miedo suele estar pálido.
Del mismo modo, Emilia contempla el rosto serio de Julio, después de que él leyó la carta hasta el final, su mujer le pregunta: “¿Qué ha escrito el maestro?”
Julio: “La primera parte de la carta es de otro asunto. En la parte final el maestro me advierte acerca del dinero que le debo”.
Emilia: ¿Por qué no pagas el dinero que le debes al maestro? Ciertamente, el maestro que enseña tan bien a nuestros hijos a escribir y a leer merece su salario. Pero, ¿qué hay en la primera parte? ¿No felicita el maestro a Marco?
Julio: En esta carta no hay ninguna felicitación, pues no merece halagos un niño vago y malo. ¿Acaso tú piensas que tú eres felicitado, Marco?
Marco desvía el rostro de su padre y no responde ninguna palabra, pero con las rodillas temblorosas y el rostro pálido la respuesta es clara, la cual su padre comprende fácilmente. A menudo, el silencio es una respuesta clarísima.
Ante el silencio de Marco, dice Emilia: “¿Qué ha hecho Marco? Dímelo todo”
Julio: Marco ha hecho casi todo lo que no debió hacer. Esta carta hace claro todo el asunto. Ya claramente entiendo que todo lo que nos habías mandado es falso. El maestro ha escrito que has sido un alumno malísimo y que has escrito fea e incorrectamente.
Marco: Pero os enseñé una tablilla.
Julio: Mira esta tabla. ¿Acaso no ves el nombre de Sexto escrito con letras claras en la parte superior? ¿Acaso sueles escribir nombres ajenos en tu tabla? Esta no es tu tabla, es la de Sexto.
Marco, que ya no se atreve a mentir, confiesa todo: Dices bien, padre, es la tablilla de Sexto. Cambié las tablillas en medio de la pelea.
Emilia: ¿Pelea? ¿De qué pelea hablas?
Julio: Marco ya me ha contado que se pegó con Sexto. ¿Acaso no fue suficiente echar a perder tu ropa nueva? ¿Acaso también una tablilla ajena?
Marco: No eché a perder la tablilla de Sexto, la tablilla está entera (intacta).
Julio: Pero ciertamente el padre de Sexto pensará que él ha perdido su tablilla. Quizá Sexto será castigado por su padre por este asunto. ¿No te das cuenta de que lo que has hecho es indigno? ¿Acaso no te avergüenzas de haber hecho esto? Ciertamente, a mí me avergüenza que esto haya sido hecho por mi hijo.
Marco, que poco antes palidecía de miedo, ahora se sonroja a causa de la vergüenza. El niño se avergüenza de sus actos. El que se avergüenza de sus actos suele sonrojarse.
Marco: Ciertamente fui un niño malo, pero después de esto seré un niño bueno. Siempre os obedeceré, nunca me pelearé en la calle ni nunca me dormiré en la escuela. Esto os prometo, padre y madre, creedme.
Marco confiesa que fue un niño malo y al mismo tiempo promete que él después de esto serña un buen niño en el futuro, siempre obedecerá a sus padres y jamás se pegará en la vía ni se dormirá en la escuela.
Julio: Primero haz lo que has prometido. Entonces te creeremos.
Julio no se cree que Marco vaya a hacer lo prometido.
Marco: Haré todo lo que he prometido. No me pegues, ya he sido azotado dos veces por el maestro.
Luego los azotes del maestro no fueron suficientes - dice Julio - ciertamente mereciste los azotes. Apartando la mirada de su hijo dice: “Aléjate de mi vista. Condúcelo a su cuarto, Davo, y enciérralo. Después tráeme la llave de la habitación.”
Una vez que Davo se llevó al niño del atrio, el amo dice: todo esto ocurre porque no ha ido acompañado. Después de esto no permitiré que Marco camine sin compañía, mañana Davo lo acompañará: él será ciertamente un buen acompañante.
Una vez que Marco ha sido conducido a la habitación y encerrado, Davo vuelve y dice: Marco está encerrado. He aquí la llave de la habitación.
Julio coge la llave y se levanta. Emilia, que cree que va hacia Marco, dice: ¿Adónde vas? ¿Acaso vas a azotar a Marco? - Emilia cree que Marco va a ser azotado por su padre - No le azotes, no creo que después de esto se pelee en la calle ni se duerma en la escuela.
Julio: ¿Crees que ya ha cambiado ese niño? Yo no creo que haya cambiado ni que después de esto vaya a cambiar. Aunque ayer fue azotado una vez por mí, y hoy dos veces por el maestro, ni los azotes de su padre ni de su maestro lo han hecho mejor.
Emilia: Luego no es necesario azotarle de nuevo. Ni con alabanzas ni con azotes puede hacérsele mejor.
Julio: No tengas miedo, Emilia. Dejaré a Marco en su habitación. Ahora voy a escribir una carta - Julio dice que va a escribir una carta.
Emilia: ¿A quién vas a escribir?
Julio: Al maestro, por supuesto. Mañana Davo, como acompañante de Marco, llevará consigo mi carta, que le será dada al maestro por el propio Marco. El cartero que ha traído la carta del maestro pierde su tiempo si espera mi respuesta ahí fuera. ¡Despídele!
Emilia: ¿Acaso Marco no llevará al mismo tiempo con tu carta el salario que se le debe al maestro?
Julio: ¡De ningún modo! En efecto, le voy a responder que no quiero pagarle el salario de manera clara.
Emilia: ¿Qué dices? ¿Acaso no te avergüenza negarle su salario a un ponre maestro? Sería bueno que le dieras alguna razón.
Julio: el propio maestro me ha dado una razón.
Emilia: ¿De qué modo? ¿Qué razón te ha sido traída por el maestro?
Julio: En su carta, el propio maestro confiesa que no puede enseñar nada a mi hijo, luego no se ha merecido su salario. No voy a pagar un dinero que no es merecido. No quiero perder mi dinero.
Cogiendo la carta, Emilia dice: ¿eso ha escrito el maestro? - Una vez leída la carta, dice: Pues esto no te excusa, en efecto, claramente escribe “El propio Marco no quiere aprender nada, y quien nada quiere aprender, nada puede aprender. No solo se debe poder, sino también querer. Quien no quiere, no puede”.
Julio riendo dice: Dices bien. En efecto, yo no quiero pagar el dinero, luego no puedo pagarle.

Diciendo esto, rompe la carta del maestro. 

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